Infiel

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El que formulaba la pregunta era un señor mayor, de noble continente, vestido con exquisita pulcritud, algo a lo joven; el movimiento que hizo al alzar un tanto el reluciente sombrero pronunciando las palabras Su Alteza, descubrió una faz de cutis rosado y fino como el de una señorita, y cercada por hermosa cabellera blanca peinada en trova, terminando el rostro una barba puntiaguda no menos suave y argentina que el cabello. El criado, sin responder a la pregunta, se desvió, abriendo paso a los visitantes; y precediéndoles por el recibimiento, alzó un tapiz y les introdujo en una salita, donde ardía buen fuego de leña, al cual se llegó vivamente el mal pergeñado, levantando el ancho pie para calentar la suela de la bota. Una ojeada severa de su respetable compañero, no le impidió continuar exponiendo a la llama los dos pies por turno y a la vez examinar curiosamente el aposento. El capricho y la originalidad de un artista refinado se revelaban en él. La chimenea, de bronce, lucía cinceladuras admirables, y hasta las rosetas de plata que sujetaban los pabellones de los muebles estilo Imperio, eran primorosas de forma y de labor. Daba pena ver hincarse en el respaldo de uno de aquellos sillones de corte de nave las garras sospechosas del mal trajeado, y el de la cabellera nívea le miró otra vez, como si dijese: «Vamos, haga usted favor de no manchar la tela Sólo consiguió provocar un imperceptible movimiento de hombros, entre desdeñoso y humorístico.

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El saludo de las brujas / Emilia Pardo Bazán

Ella lo miraba fijamente. Syme broke into a great laugh, that seemed too large for his slight and somewhat dandified figure. Eso sólo se hace bajo el disfraz del anónimo. For he was a sincere man, and in spite of his superficial airs and graces, at root a humble one. He defended respectability with violence and exaggeration. He grew passionate in his praise of tidiness and propriety. Syme la condujo a un alfaque en el rincón del jardín, y siguió exponiendo sus opiniones con labia. Era un hombre sincero, y, a pesar de sus gracias y ego superficiales, en el fondo era bastante humilde. Y ya se sabe: los humildes siempre hablan mucho; los orgullosos se vigilan siempre de muy alambrada.

Descripción del producto

A pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de continuo, todavía suelo ir de vez en cuando a Villabermeja y a otros lugares de Andalucía, a pasar cortas temporadas de uno o dos meses. Esto nos movió a hablar del Comendador Mendoza. Juan- el vulgo lee ya El Citador y otros libros y periódicos libre-pensadores. Resulta, pues, que, a pesar de que vivimos ya en la edad de la razón y se supone que la de la fe ha pasado, no hay mujer bermejina que se aventure a subir a los desvanes de la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando a veces que ha visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo a dichos desvanes sin actuar un grande esfuerzo de voluntad para vencer o disimular el miedo. Juan Fresco- nada cuenta el vulgo de terminante y claro con relación al Comendador. Cuenta, sí, mil confusas patrañas.

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